El coche se había detenido delante de un hotel, al lado de la carretera. Era ya la carretera buena, plana, tornasolada por reflejos fotogénicos, con árboles perfectamente cilíndricos a ambos lados, hierba verde, sol, vacas en los prados, vallas carcomidas, setos en flor, manzanas en los manzanos y hojas secas en montoncitos con un poco de nieve de vez en cuando para hacer más ameno el paisaje, con palmeras, mimosas y pinos del norte en el jardín del hotel, y un muchacho pelirrojo y desgreñado que conducía dos borregos y un perro borracho. A un lado de la carretera soplaba viento y al otro no. Podía escogerse el que más gustase. Sólo un árbol de cada dos daba sombra y sólo en una de las cunetas había ranas.
Boris Vian, La espuma de los días
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Fa 7 mesos
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