diumenge, 25 de maig del 2008

self-pity


-¿Hasta qué punto disfrutabas de niño imaginándote a ti mismo muerto? –preguntó Lasher.

-Qué más da lo que sintiera cuando era niño –repuso Grappa-. Aún lo hago constantemente. Siempre que estoy disgustado por algo me imagino a mis amigos, parientes y colegas reunidos frente a mi féretro. Todos se sienten muy, muy apenados de no haberse mostrado más amables conmigo mientras estaba vivo. La autocompasión es un sentimiento que he cultivado con gran esfuerzo. ¿Por qué ha de abandonarla uno simplemente porque crece? Los niños son maestros en experimentarla, lo que parecería significar que se trata de algo natural e importante. Imaginarse a uno mismo muerto constituye la forma más barata, más sórdida y más satisfactoria de autocompasión infantil. Qué tristes y arrepentidos parecen todos cuando los tienes agrupados en torno a tu gran ataúd de bronce. Ni siquiera se atreven a mirarse a los ojos porque todos saben que la muerte de ese hombre decente y compasivo es el resultado de una conspiración en la que todos han intervenido. El féretro está cubierto de flores y forrado con un tejido afelpado de color salmón o melocotón. Uno dispone de fabulosas contracorrientes de autocompasión y autoestima en las que chapotear cuando se ve a sí mismo allí tendido, con su traje oscuro y su corbata, con su tez bronceada y su expresión saludable y descansada, como suelen describir a los presidentes cuando regresan de sus vacaciones. Sin embargo, existe una presencia más infantil y satisfactoria que la autocompasión, algo que explica por qué intento regularmente contemplarme a mí mismo muerto, verme como un gran tipo rodeado de amigos lloriqueantes. Representa mi modo de castigar a las personas por pensar que sus propias vidas son más importantes que la mía.

Don DeLillo, Ruido de fondo